Fidel Lino Cataldi

 
La elegìa irrumpe en los cuadros de Fidel Cataldi casi hasta sondear las partes màs intimas y escondidas. Un velo de melancolía que se calienta junto al color y a las imàgines perturbadas por vientos de palabras idílicas que el artista nos trae en una visión onírica, representada con fuerza magnética e impetuosa. El devenir de las fuerzas de la naturaleza, en los ciclos lunares, resplandece en presencia de los ancestros y del transitorio pasaje de generaciones que nos devolveràn a la memoria el fulcro de la vida. En apariencia un “solo” desconcertante, ligero, fino y persistente, como en una llovizna primaveral y tropical. El crecimiento del deseo que esfuma y retorna fugaz en los instantes vividos y ansiados como cráter de ausencia y presencia en la ambicionada depresión. Del macro del cosmos al micro del elemento humano, del macro del alma humana al micro de su espacio de cielo interior, de nebulosa, de sol que se hunde en las antilogìas eternas, en los contrastes sublimados de flashes de colores salvajes bien guiados por la pincelada de Cataldi. Si fuera también un poeta le ofrecerìa las inmensas divagaciones sobre el perfume de sus cuadros asociados a la profundidad lìrica, pero como artista nos reconduce èl mismo a la escritura sobresaliendo en la magia que sorprende al profano en una sonrisa de frente a la tela, donde el poeta suspende su corazón para no estremecerse de amor. Un pintor sordo y silencioso en la alcoba construida con esfumadas facetas reverbera en la duplicidad sentimental del cuerpo plegado a las frustraciones de la vida y en el ser solo… pero satisfecho. Interesante sensación de turbulentas emociones que se despliegan en un coro de pueblos en búsqueda de tierras de autor: rostros y mujeres trabajadoras impregnados de cansancio y perjurio por una tierra ruda y pobre de frutos en superficies devastadas, secas. Tremenda e ilusoria convicción de ser el centro del infinito, mientras quien busca se ha olvidado de su propia existencia. Una pintura que describe niños callejeros que quizás una vez fueron felices, que han perdido el niño interior habiendo crecido despojados de la isla emotiva y transplantados en continentes a la deriva. La oscuridad del nuevo occidente que recupera el “buen salvaje” y lo introduce en un circuito profano carente de vitalidad. Identidad depreciada sometida al potente englobante. El aroma de la tierra sudada desaparece y el escarnio de vidas sagradas nos asalta en la pintura “Reino de este mundo”, en epopeyas de guerras y cristales de sal…que se dilapida en el juego de los amantes del dominio El artista finalmente nos traslada en un universo epatante, ensordecedor y vencedor en su antiguo vìnculo, cadena de hombres deshilachados que desfilan en una perpetua línea continua con el hueco de los recuerdos y de los sufrimientos en los ojos, con el grito adentro y el espasmo anulado en cada suceso que anhela la separación. Y finalmente el agua de ríos , lagos, mares y océanos que corren hacia la purificación se expande en el cosmos vertiginosamente y efervescente con las hélices famélicas de DNA fortalecedor. Nueva vida, nuevo esplendor en el renacer magnetizado en la tierra invadida, ya antes enceguecida por ecos de ira y abandono perverso, se despoja de dolores metafísicos y explota en fervor y alegría perdidos.
Vladimira Cavatore 2008