Fidel Lino Cataldi pinta y contemporaneamente lee un libro del cuàl se ha enamorado. El
“Libro de los seres imaginarios” che Borges relatò a Margarita Guerrero, y que ella
transcribió en español; esa dulce rica y lengua que Fidel Lino conoce desde niño.
De esas páginas toman vida seres desconocidos e inquietantes que huyen de alguna
pesadilla, visiones incompletas captadas por un ojo ciego en un resplandor oscuro:
perfiles de ceniza, vuelos rotos, hilos de gaza y cabellos. Esos fantasmas aparecen en los
cuadros de Fidel Lino y el pincel se mueve con decisión sepultando el blanco ciego de la
paleta bajo vórtices, nudos, pesos de color vibrante.
Una improvisa excitaciòn de vida se genera de la amenaza de aniquilación.
O bien, muchas pinceladas incautamente se cancelan, se anulan mutuamente y al final
exponen el sublime vacìo original.
Vuelan etéreas y se persiguen como formas informes de inicio y fin del mundo. No una
explosiòn de luz terrífica a la Turner, ni figuras metafìsicas volantes a la Blake – dos
pintores que Fidel tiene siempre bien presentes – , todavìa una familiaridad, ahora ya
adquirida con lo “perturbante”, que permanece desconocido màs allà de lo humano, pero
todavía expresable en cabalgadas nocturnas de muerte, en albas lechosas de enredado
terror, en horizontes verdes y negruzcos en lenta descomposición, o pozos cenagosos de
rojos y azules.
A veces parece que de aquel repliegue de la materia sobre ella misma, de la luz en el
vacìo, de la madurez en la infancia, nazca la secreta promesa de seres nuevos,
angelicales, que sobrevuelan mundos blancos, todavía sin palabras y sin sueños. Pero
esta es pintura totalmente soñada, pintura de aquellos Seres Imaginarios de los cuales
Borges relatò a Margarita y Margarita, a la fantasìa de un niño, encendido de miedo y
deseo. |